Thursday, February 22, 2007


Una emoción, un sentimiento, una sensación cualquiera, llega siempre en segundo lugar en la carrera de la existencia, primero es el pensamiento, y luego la sensación. Para que una emoción exista, necesita primero de un estímulo mental, conciente o inconciente, necesita la reacción producida en nuestra mente por algún estímulo externo, sea esta un pensamiento, tal cual, o tan solo una imagen, o un impulso nervioso, nuestras sensaciones, nuestro sentir físico, es detonado por nuestros impulsos eléctricos, provenientes estos de nuestro contacto con el mundo, con el exterior de nuestros cuerpos.


De la misma forma, pareciera que nuestras emociones son siempre detonadas por pensamientos, concientes o inconcientes que provienen de estímulos producidos por el contacto con nuestra memoria, como si nuestro ser entendiera a la memoria misma como un mundo real en si, y cuando entramos en contacto con este mundo, que es todo el tiempo, producimos inevitablemente una emoción, o muchas.


Pensamiento y sentimiento son en verdad un ritmo raro, un pulso, una suerte extraña de danza entre causa y efecto. Primero un pensamiento y luego un sentimiento, primero una reacción eléctrica, luego una química, primero imput del mundo hacia nosotros, luego output de nosotros hacia el mundo.


La memoria y el mundo exterior a nosotros parecen estar íntimamente relacionados, cada vez que vemos al mundo, la memoria se activa, con cada elemento del panorama la memoria nos bombardea con estímulos que provienen de un cúmulo de información basada en experiencias previas que provoca una continua revolución de pensamientos y después de sentimientos que se levantan como una cortina de polvo frente a nuestros ojos cada vez que los abrimos, por amor al cliché, me atrevería a decir que es como un velo, que no nos permite ver el mundo, o tal vez si, pero no tal cual es, lo miramos de una manera distorsionada, de una manera subjetiva… y es en esa subjetividad que ejercemos nuestra habilidad innata de creadores, y creamos un mundo paralelo al real y vivimos en él, un mundo hecho a imagen y semejanza del exterior, pero condicionado por aquellas sensaciones que experimentamos cuando un recuerdo en particular se produjo. Un mundo congelado en el tiempo, en muchos y muy diferentes tiempos, pero que siempre con los ojos del pasado. Y así, nuestra experiencia se reduce a mirar las cosas que ya conocemos, es como vivir en un mundo real, físicamente, pero en uno virtual, piel adentro ¿Será realmente posible domar a la memoria? ¿Callarla? ¿Hacerla que detenga la danza y la polvareda que los danzantes levantan y mirar al mundo con los ojos del aquí y ahora? Lo hemos hecho antes


La conciencia debe ser una experiencia aterradora para el animal que de buenas a primeras la experimenta. Cuando el cerebro humano alcanza una cierta madrurez, es terreno fértil para que la conciencia se plante en ella, como una semilla que se riega socialmente con una sustancia que nos caracteriza como mamíferos, una órden que viene de lo más profundo de nuestro material genético para mantenernos unidos como animales sociales, el amor. Generalmente la madre es la que le proporciona la mayor cantidad de amor al ser en su primera etapa, ella es parte importante de este proceso… un cerebro muy evolucionado y lúdico son tierra y abono para que brote un capullo de conciencia, el amor es el agua que la riega. Dadas tales condiciones, el ser entonces mira la realidad y su mirada se convierte, por sólo un instante, en un espejo que refleja la realidad... un espejo que solo se limita a contemplar, sin lenguaje y sin referencia previa alguna, es literalmente un espejo, es la naturaleza mirándose a ella misma.



Pero hay algo que de pronto rompe la visión, y es un mecanismo que Lacant describe como el proceso de espejo que se da entre madre e hijo tras varios meses después del nacimiento. Es el nacimiento del ego y del super ego, nuestro boleto de admisión y único requisito para entrar al extrañísimo mundo del lenguaje, que a partir de ese momento el ser comenzará a entender, más y más hasta volverse un verdadero experto, de hecho, hasta perder su camino entre profundos laberintos mentales y terminar volviéndose el lenguaje mismo….


A partir de cierto momento, el niño deja de percibir al mundo y a el mismo como una unidad, nace la idea de "yo" y la idea de "el otro" y desde entonces, toda su experiencia, todo su mundo, estará basado en la dualidad, mitad ficción, mitad realidad… porque el hombre lleva consigo esta fractura y mientras la fractura del terror primario no desaparezca, estará condenado a mirar al mundo fracturado también... fracturado en dos.


La súbita visión de la realidad, la conciencia, debe representar una experiencia terriblemente traumática para un animal, hasta entonces inocente, que no sabe más que recurrir a sus increíbles instintos que tan bien le han servido por miles de generaciones para sobrevivir en el mundo, y entonces, como le sucede a todo animal cara a cara con aquello que desconoce, su cerebro reptil desenvaina la más efectiva de sus espadas, el miedo. Y el miedo hace a un individuo operar en automático y lo hace de pronto distorsionar la realidad para defenderse de ella, y a partir de esta distorsión, utiliza elementos del mundo real, para construir una entramada red de realidades virtuales que funcionan única y exclusivamente para el individuo que las usa, y aunque son absolutamente indescifrables para todo otro animal conciente, el lenguaje le aporta al ser símbolos adecuados para su utilización social, esta es otra de las grandes dualidades que el animal conciente enfrentará en su vida, la de compartir un lenguaje comprensible por fuera y estar total e incomprensiblemente loco por dentro.


Aquello que EL MUNDO significa para todos los demás (super yo) y lo que EL MUNDO significa para él mismo ("yo"), y pasará por todo tipo de drama conocido por el hombre, oscilando el péndulo de su conciencia por una de estas dos perspectivas y luego por la otra… irá y vendrá.
Intentando siempre regresar a la belleza del mundo que algún día vimos y que en nuestro muy, muy profundo interior, jamás olvidaremos, nuestra idea más profunda de existencia y de amor, nuestra propia y personal eurídice… la vimos al nacer, tal vez la veamos nuevamente antes de morir, tal vez entonces no necesitemos de un lenguaje para entenderla, tal vez volvamos entonces a poner en orden nuestros mil pedazos y por solo un momento ser espejos una vez más y c on ojos de espejo mirar por última vez EL MUNDO y tal vez más, tal vez también dejar de temerle y entregarse de lleno a su belleza y su misterio, y quien sabe, tal vez también a entenderlo, a ser conciente de él y con él. Resanar la fractura y disolver nuestros mundos en uno solo.